Capítulo 2: Encuentro al Atardecer


La luz del sol se va desvaneciendo lentamente, pero aún queda una calidez suave que nos envuelve mientras caminamos por el parque. El aire es fresco, pero la atmósfera sigue impregnada de una sensación de complicidad. El murmullo lejano de la ciudad apenas interrumpe este momento entre nosotros, donde las palabras se vuelven casi innecesarias.

Me miras por encima del hombro, como si estuvieras buscando alguna señal en mi rostro. Yo no puedo evitar notar cómo los rayos del sol acarician tu piel, resaltando la suavidad de tu rostro. Me quedo un instante más del necesario observándote, preguntándome si es real, si estamos aquí, si lo que estoy sintiendo es tan fuerte como lo percibo.

—¿Te gustaría ir a un lugar más tranquilo? —mi voz suena más profunda de lo que pensaba. No es solo una propuesta, sino una invitación que lleva consigo una promesa silenciosa.

Nos dirigimos a un pequeño restaurante que conoces bien, un lugar discreto pero elegante. La terraza al aire libre nos da la sensación de estar alejados del mundo, como si el resto del universo pudiera esperar mientras el tiempo se detiene solo para nosotros. Nos sentamos frente a frente, con la luz tenue de las velas sobre la mesa, creando sombras suaves que resbalan por tu cuello.

La conversación fluye naturalmente, aunque siento una tensión subyacente en cada palabra que pronuncias. Tus labios se mueven con una cadencia seductora, y no puedo evitar prestar atención a cada detalle. Hay algo en tu voz, en la forma en que miras hacia otro lado, como si fueras consciente de lo que está pasando entre nosotros, pero sin querer darme el gusto de saber si también lo sientes.

Mi mano roza la tuya al tomar el vino, y ese contacto breve pero electrizante hace que mis sentidos se agudicen. No te apartas, ni yo tampoco. Hay una calma tensa en el aire, algo que nos mantiene conectados, pero sin nombrarlo, como si el espacio entre nosotros estuviera lleno de promesas no dichas.

La velada avanza, y el roce de nuestros dedos sobre la mesa se vuelve cada vez más intencional. Una caricia aquí, una mirada fugaz allá. Todo parece alineado en una danza silenciosa, que ambos conocemos sin hablarla. La tensión se acumula en la forma en que nuestras manos se buscan bajo la mesa, en cómo me acerco cada vez más a ti, sin hacer movimientos bruscos, solo dejando que la proximidad se haga evidente.

—Me gusta cómo se siente estar aquí, contigo —murmuras, y me parece que tu suspiro está cargado de algo más. Algo que no puedo etiquetar, pero que reconozco en la forma en que tus ojos brillan al mirarme.

No digo nada, solo sonrío, acercándome un poco más. Mi rostro está a solo un par de centímetros del tuyo, y siento el leve roce de tu respiración, suave y cálida sobre mi piel. Mi mano se desliza suavemente sobre tu brazo, recorriendo su longitud con un toque delicado pero cargado de intención. Tus ojos me siguen, y aunque tus labios permanecen sellados, hay algo en tu mirada que me dice que sabes exactamente lo que está pasando.

Después de cenar, decidimos salir. El aire fresco nos recibe al salir del restaurante, y, aunque estamos rodeados de gente, en este instante, parece que el mundo ha desaparecido. Caminamos en silencio durante un rato, las luces de la calle tiñen el ambiente con un tono cálido y dorado.

Mi mano, sin pensarlo, toca la tuya de nuevo. Esta vez, el roce es más largo, más profundo, como si estuviera esperando que dieras el siguiente paso. Te miro de reojo, notando cómo tus labios se curvan en una pequeña sonrisa. El deseo no se expresa en palabras, pero se siente en el aire, entre los dos. El contacto se convierte en una necesidad, un juego sin reglas.

Nos detenemos en un rincón apartado, rodeados por sombras suaves que nos ocultan del mundo. Ninguno de los dos habla, pero el silencio se ha vuelto cargado de significado. Mis dedos acarician la parte posterior de tu mano, ascendiendo lentamente hasta tus muñecas, mientras tus ojos me observan con una mezcla de curiosidad y algo más. Un roce en tu cuello, una mirada más profunda. Hay algo en ti que me atrae, que no puedo ignorar.

Es en ese instante, cuando la tensión está en su punto más alto, cuando el espacio entre nosotros es tan pequeño que podría ser un beso el siguiente paso, que te acercas a mí. No dices nada, pero tus labios están tan cerca de los míos que puedo sentir tu aliento.

Sin esperar más, dejo que la distancia se cierre, y nuestros labios se encuentran con suavidad al principio, como si fuera un suspiro. El beso es lento, exploratorio, pero no menos ardiente. Es un beso que promete más, sin decirlo explícitamente. No hay necesidad de palabras, solo sensaciones que se entrelazan.

Cuando nos separamos, la sensación de vacío persiste, pero esta vez, en lugar de querer llenar el espacio, lo dejamos allí, suspendido, como si supiéramos que lo que está por venir será aún más intenso.

Te miro a los ojos, sonriendo con complicidad. El momento no ha terminado, ni mucho menos. Y aunque no hace falta preguntar, sé que ambos somos conscientes de que esto es solo el principio.

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